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Llegó casi por casualidad tras la peor temporada de mi equipo en mucho tiempo. Descendimos a segunda división, se hizo una gran limpia y el club se reforzó con jugadores que habían sido descartados de otros equipos. Ahí estaba él, con 34 años y al que muchos le daban por jubilado. Jorge Molina, delantero nato, listo como pocos, querido allá donde ha ido.
Vino a Getafe en julio y se puso a entrenar todo el verano. Asumió galones tras empezar muy mal la temporada, donde no habíamos ganado ni un solo partido en cuatro jornadas disputadas. Llegó un nuevo entrenador que confiaba en él, y no le falló. Empezó a marcar, un gol detrás de otro. Todas las jornadas le veíamos levantar el brazo con rabia tras anotar.
No conseguimos ascender a la primera y nos tocó jugar un playoff. Ahí estaba él, luchando como un juvenil, corriendo detrás de cada balón. Pasamos sufriendo la primera ronda. Llegamos a la final. Perdimos el partido de ida, 1-0 en Tenerife. Ambiente de guerra en Getafe para enfrentarse a una batalla de las que hacía mucho que no veíamos. 16.000 almas animando como no se había visto desde hacía muchos años. Ahí estaba nuestro juvenil de 35 años, corriendo, pegándose por cada balón.
No fue el héroe del partido, pero todos corrieron a abrazarse a él tras ganar por 3-1 y superar la eliminatoria. Ascenso conseguido, volvíamos a primera división. Jorge Molina pasó a ser el capitán del equipo a la temporada siguiente, y se hinchó a marcar goles en primera, de donde le habían desterrado al considerarle viejo. En Getafe hay unanimidad sobre quien ha sido su líder en estos años de triunfos: oh, capitán, nuestro capitán.