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Es muy fácil escribir sobre el pasado. Ya lo has vivido y, por tanto, la reflexión no tiene mayor recorrido que el darle el tinte que lo adorne para que tu interlocutor se entere de lo que tú quieras contar. Reflexionando un poco me he dado cuenta de que todo lo que soy se basa en falsas concepciones de mi entorno, en errores no forzados. Quizás todo lo que haya hecho sean errores, o quizás todo lo que soy es gracias a haberlos cometido. El tiempo lo dirá.
Sobre qué quiero hacer: no lo se. Llevo cuatro meses sin saberlo y asomado a ese abismo que es la incertidumbre. En realidad llevo casi dos años, desde que veía acabar mis estudios, asomado a ese abismo, pero los astros se alinearon para darme trabajo y que esa incertidumbre se disipara entre la comodidad de la rutina. Hasta que esa se acabó, claro.
Me gustaría dedicarme a algo en lo que me sintiera cómodo y, aunque se me juzgue por mi labor, ese juicio sea lo suficientemente efímero como para pasar desapercibido en el día a día. Una oficina no es el sitio para que eso pase. Me gusta escribir, me gusta relacionarme, me gustan los proyectos donde tengo que involucrarme activamente. Creo que me gusta todo aquello que necesite de relaciones públicas y de resolver problemas, pero este no es un país donde se encuentren trabajos de ese estilo tan fácilmente ni donde se valore el pasarse el día sacando adelante saraos. De ahí que tengamos el problema que tenemos con la política nacional.
Dentro de muchos años me veo en un escenario en el que estoy lo suficientemente entretenido como para no aburrirme en la rutina. Metido en proyectos que me mantengan activo, viajando de vez en cuando, habiendo adquirido cierta relevancia y notoriedad, y ejerciendo el liderazgo de algo. Me conformaría con eso y con tener un sueldo decente que me permita pegarme pequeños caprichos de vez en cuando, como puede ser viajar a la otra punta del mundo o irme de vinos sin mascarilla y con gente que me aporte buenas conversaciones. Quizás sea pedir demasiado para los tiempos que corren.